LA FORMACIÓN DE LA OPINIÓN PÚBLICA: ENCUESTAS Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN -parte 2-
3. MEDIOS DE COMUNICACIÓN, Y SU IMPACTO SOBRE LA OPINIÓN PÚBLICA
Desde los años 60, los medios de comunicación asumen cada vez más el papel de mediación simbólica, tanto en la cultura como en la política. Se reconoce que los medios de comunicación no sólo son vehículos de expresión sino también creadores de opinión pública. Por ello, el hecho de que la publicación de encuestas pueda llegar a ejercer algún tipo de influencia ha sido objeto de debate, fundamentalmente cuando lo que se trata de publicar son sondeos electorales. La generalización de encuestas y sondeos de opinión ha cambiado los contenidos de las campañas electorales en los últimos años, siendo integrados en la lucha política y convirtiéndose en referentes obligados para gobiernos, candidatos, electores, y los propios medios de comunicación, que adquieren el rango de “actor político” como portavoces de la opinión reflejada en los resultados de las encuestas: en la medida en que los políticos trabajan en modificar la situación descrita en los sondeos, éstos son rápidamente integrados en la lucha política y, la prensa, mediante la publicación de encuestas de opinión (sobre todo electorales) adquiere el rango de actor político en tanto portavoz de esa opinión.
La opinión pública necesita de tal forma los medios de comunicación para su expresión y conocimiento que, hoy día, es prácticamente imposible que exista sin ellos. El problema radica en saber si se trata de una mediación neutra, fiel, “reflejo de la opinión pública”, o si la mediación se convierte en mediatización, reflejo de los intereses de todas aquellas instancias que se ocultan detrás y que se convierten en “creadores” de la opinión pública. Los medios como tal no manipulan ni crean la opinión pública, sino aquellos actores que actúan a través de ellos: líderes, grupos de presión, élites políticas y poder en general.
Los productores, editores y periodistas que construyen noticias sobre temas importantes toman una serie de decisiones cruciales que afectan directamente a la forma en que el público ve el mundo político. Las agencias informativas deciden qué temas tratar y qué temas no tratar, cuáles enfatizar y cuáles acallar. Además de transmitir información política, los medios “monitorizan” la respuesta del público hacia determinados temas y acontecimientos políticos, de forma que tienen un papel activo en la formación de la opinión pública. Este papel implicará la lucha por el control del contenido de las noticias.
Como señala V. Sampedro4, los medios de comunicación se nos presentan como esos canales donde la opinión pública se expresa: 1) como una manifestación del “sentir de la calle”, 2) como “vigilantes del poder”, 3) como discurso social dominante. Las dos primeras formas son mantenidas por los profesionales de la comunicación para legitimarse, mientras que la última visión está más extendida entre las élites que compiten por establecer agendas, que entre los ciudadanos. Sólo cuando surgen controversias entre sus miembros, los medios “se atreven” a cuestionar la versión oficial.
Por tanto, podría decirse que el papel de los medios en el establecimiento de la “agenda” tiene mucho más que ver con el reforzamiento de los valores sociales dominantes y la legitimación de la posición de las élites y los grupos “respetables”, que con la creación de nuevos temas y el surgimiento de nuevos valores. Por ello tienen una importante función en la reducción del conflicto, la legitimación política y el cambio político. Incluso las disputas políticas que dominan las noticias tienden a ser conflictos entre posiciones igualmente legítimas cuya implementación no cambiaría el orden social. Así, la idea clave es que los medios producen hegemonía en la sociedad: excluyendo sistemáticamente las imágenes competitivas de la realidad, los medios parecen operar como “guardianes” que transmiten issues “normales” o “legítimos”, filtrando perspectivas radicales, amenazantes o alternativas.
3.1. La publicación de sondeos electorales
Son los sondeos políticos y electorales los que obtienen una mayor cobertura por parte de los medios de comunicación de masas. Y es que la utilidad de las encuestas preelectorales en el marketing electoral se hace cada día más evidente: de igual forma que un producto tiene un mercado, un candidato tiene una audiencia o clientela, y los medios de información que utiliza para darse a conocer son de igual naturaleza que los empleados para anunciar las cualidades de los productos. Por tanto, las encuestas electorales se encargarían de “canalizar el mercado electoral” .
Teóricamente, una encuesta preelectoral es una encuesta de opinión para conocer la “distribución de la preferencia político-electoral en todo o en parte del
electorado de un país”, con la particularidad de que, a diferencia de gran parte de las encuestas de opinión, el ajuste con la realidad es observable y verificable: los resultados de las encuestas se toman por votos y, si esos votos reales no corresponden a los resultados obtenidos en las correspondientes encuestas, se supone que algo “está mal hecho”.
En general, se admite que la publicación de los sondeos electorales puede influir en la posterior emisión del voto, aunque sea difícil predecir el sentido de esa influencia. Una serie de clásicas teorías sobre posibles alteraciones en la original intención de voto tras la publicación de sondeos durante los últimos días de campaña, describen varios efectos: el llamado bandwagon o efecto Panurgo (arrastre que favorece al partido con ventaja), y el underdog o efecto David (vuelco en los pronósticos como consecuencia de las simpatías despertadas por el partido catalogado como perdedor). El voto útil o táctico tiene lugar cuando se vota al líder de la oposición para que termine de destacarse de sus iguales, o cuando se selecciona entre las fuerzas minoritarias para lograr alguna representación parlamentaria. El análisis de los efectos anteriores es complicado debido a que pueden ocurrir simultáneamente y variar entre distintos sectores del electorado. Incluso agregadamente podrían anularse los unos a los otros de forma que el efecto resultante apareciera como estadísticamente insignificante. Además de éstos, se han señalado otros: el efecto momentum, que consiste en el “aura” del que se beneficia el partido que se ha visto “crecer” en las últimas encuestas, y la llamada “espiral del silencio”, enunciada por Noelle-Neuman, según la cual el miedo al aislamiento, la continua observación del clima de opinión y la evaluación de las fuerzas y debilidades relativas de los distintos puntos de vista, determinarán que la gente tienda a adherirse a las opiniones mayoritarias o “mejor vistas” y a autosilenciarse en las disidentes o discrepantes.
Aunque no puede precisarse de forma concluyente cuál es el efecto que finalmente va a prevalecer, la existencia de esta influencia hace pensar que la llamada “horse race” y su cobertura en los medios de comunicación de masas enfatiza las condiciones del electorado para evaluar a los candidatos en términos de su “elegibilidad”, en lugar de su postura respecto a los puntos programáticos. De esta forma, las informaciones frecuentes sobre la posición de los candidatos, especialmente al final de la campaña, hacen que muchos sectores opinen que representan una intrusión en el proceso electoral disminuyendo el valor de su voto.
Sin embargo, hay otros “públicos” aparte del electorado sobre los que la publicación de los sondeos electorales tendrá consecuencias: los periodistas y los políticos. La difusión de sondeos a través de los mass media tiene claros efectos económicos y estratégicos para los primeros, que buscan la fácil disponibilidad de “noticias calientes” (especialmente cuando se trata de estudios encargados por los propios medios de comunicación) para la dominación táctica frente a otros medios de la competencia, sin una excesiva preocupación por su fiabilidad. Como se señaló anteriormente, los segundos utilizan la publicación de sondeos como estrategia política y de marketing electoral: una mejor situación relativa respecto a los demás contendientes, se supone que revertirá en efectos más positivos para ese líder o partido.
Las historias tratadas por los medios de comunicación dan la impresión de ser cuadros precisos y objetivos de la realidad. Se nos ha enseñado a contemplar la información ofrecida por los medios como “objetiva”, consistente en “hechos” relevantes sobre algo. Sin embargo, es sólo una manera de interpretar la situación presente: las historias son un “constructo” político.
Las encuestas proporcionan una foto aérea y estática de la opinión, describiendo a grandes rasgos las tendencias mayoritarias de la población, presuponiendo que la gente tiene opiniones formadas, estables y de igual intensidad sobre cualquier tema. Pero no explican su origen, ni predicen su evolución, como lo demuestran los errores de numerosos pronósticos electorales. Sin embargo, los datos ofrecidos parecen gozar de una especie de “autoevidencia” porque se atribuyen a un método sistemático, objetivo y fiable. Como señala P. Bourdieu5, quizá la función más importante de las encuestas de opinión en su estado actual sea la de imponer la “ilusión” de que existe una opinión pública como sumatoria puramente aditiva de opiniones individuales, que existe algo similar a una “opinión media”, disimulando que el estado de opinión en un momento dado es un sistema de fuerzas y tensiones.
La prensa tiende a ignorar lo que V. Sampedro llama opinión pública discursiva6, mucho más difícil de seguir y transmitir que la opinión pública agregada. La opinión discursiva se genera en numerosas arenas públicas (congresos, foros de expertos, activistas, plataformas ciudadanas) y está en boca de infinidad de actores no siempre legitimados como fuentes. En lugar de “datos brutos”, ofrece matices y argumentos que chocan con la economía expresiva de los sondeos.
3.2. Encuestas de opinión y su relación con la democracia
Algunos autores han hablado de las “cualidades democráticas” de la publicación de los resultados de una encuesta: estímulo de la discusión y desarrollo del interés por temas que, de otra forma, sólo llegarían a un pequeño público. El reconocimiento de estas cualidades explica, en parte, el proceso de aceptación de las encuestas de opinión en los años treinta en EE.UU. y, sobre todo tras la segunda Guerra Mundial, ya que la opinión objetivada mediante procedimientos científicos fue aceptada rápidamente al considerarse más democrática que la expresada por líderes políticos o medios de comunicación. De esta forma, la idea “un hombre, un voto” se traslada al ámbito de la opinión pública.
La tríada formada por líderes democráticos, comunicadores profesionales y expertos en demoscopia, gestiona las preferencias de los ciudadanos según intereses institucionales propios. Uno de los efectos de la encuesta consiste en transformar respuestas éticas en respuestas políticas por el simple efecto de imposición de la problemática. La “problemática dominante” es la que interesa especialmente a las personas que detentan el poder y que quieren estar informados sobre los medios de organizar su acción política. Y las encuestas tienen el efecto de construir la idea de que existe una opinión pública unánime, legitimando así determinada política y produciendo un efecto de consenso.
Los medios de comunicación deberían usar las encuestas para facilitar la discusión entre los ciudadanos y sus líderes; sin embargo el periodismo político contemporáneo presta gran atención a la campaña electoral, y mucha menos a las intenciones y propuestas de los candidatos para gobernar, de forma que la obsesión por las encuestas amenaza con desviar al periodismo del propósito de ayudar a los ciudadanos a tomar decisiones informadas y a animar el debate democrático.
Supuestamente para proteger esa “independencia” del votante se prohíbe la publicación de encuestas unos días antes de las elecciones. En todos los estados democráticos hay voces que reclaman el respeto absoluto de la libertad de información y expresión por considerar antidemocrático cualquier tipo de censura o limitación de la libertad de divulgación de sondeos en períodos electorales. Sin embargo, nop consideran que las manipulaciones de encuestas durante las horas previas a la votación no podrían ser desenmascaradas ante la opinión pública hasta después de la elección. Como señala J. L. Dader7, la “supuesta colisión entre libertad de expresión y control legal de los sondeos es tan inconsistente como pensar que las normas legales para la defensa de los consumidores sea un atentado ilegítimo contra la libertad de consumo”.
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