LA FORMACIÓN DE LA OPINIÓN PÚBLICA: ENCUESTAS Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN -parte 1-
Beatriz Mañas Ramírez
1. EL DEBATE SOBRE EL CONCEPTO DE “OPINIÓN PÚBLICA”
Desde los años treinta del siglo XX, primero en Estados Unidos y, poco más adelante en Inglaterra y Europa continental, comienza a hacerse explícito el interés por el fenómeno de la “Opinión Pública”, debido a la extensión de los llamados “estudios de opinión”, al menos en lo que ha sido su forma predominante: la encuesta estadística. Y debe ser que “eso” de la “opinión pública” importa; si no, ¿cómo justificar los cuantiosos gastos que las distintas administraciones, gobiernos, partidos políticos, medios de comunicación y otras entidades dedican a la realización de dichos estudios?
Sin embargo, estos desarrollos se han producido no sin dificultades debido a la naturaleza de lo que se pretende conocer: la opinión pública. Normalmente, al tratar de definir este término, se generan grandes problemas para llegar a una definición consensuada entre los distintos autores del tema que, desde los años treinta, reflejarán en sus escritos, tanto el debate que suscita la relación entre los conceptos de actitud y opinión, como el reconocimiento de las limitaciones de los instrumentos metodológicos con que se contaba hasta ese momento (básicamente escalas de actitud y encuestas), para reflejar cuantitativamente entidades difícilmente objetivables (¿qué se logra medir realmente?).
De aquel debate, todavía no resuelto, parece haber quedado de manifiesto que la “actitud” es una “tendencia a actuar” relativamente estable que el individuo abstrae de su cultura o de un grupo de experiencias; en cambio, la “opinión”, aunque parece llevar implícita una actitud, sería más bien la expresión pública sobre un tema controvertido, fundamentalmente a través del lenguaje, pero también por gestos, signos o símbolos. Sería erróneo considerar que la opinión pública es una fuerza constante con características permanentes, ya que, más bien al contrario, tendría un carácter dinámico: se trata de una diversa y cambiante forma de expresión social. Debido a que la opinión tiene su origen en distintas esferas de la sociedad, puede adoptar distintas características según las circunstancias, y exhibir, como hemos dicho, distintas formas de expresión. Por ello, encontramos autores que hablan de la perspectiva situacional1 al referirse a la opinión pública, considerando como “público” la colección de individuos que realmente forma y expresa opiniones sobre un tema específico en un momento
concreto. Dado que las condiciones de la población cambian de situación a situación, las características de la opinión pública cambian de un contexto a otro, de forma que las variaciones que ésta experimenta se explican como resultado de las interacciones entre creencias, valores de los individuos y condiciones sociales y políticas.
Para recapitular, señalaremos la definición que C. Monzón2 ofrece sobre el concepto de opinión pública: “la discusión y expresión de los puntos de vista del público (o los públicos) sobre los asuntos de interés general, dirigidos al resto de la sociedad, y sobre todo al poder”.
El mismo autor especifica los distintos elementos contenidos en la definición:
– Carácter dinámico y conflictivo (discusión)
– Carácter exterior y público (puntos de vista)
– Dirigida a ciudadanos preocupados por asuntos comunes (público)
– Con un destinatario claro: el poder
Y este último punto nos remite al comienzo, al hecho de que la opinión pública importa, e importa al poder, que presumiblemente tiene la clave del conflicto.
Como se ha señalado, se trata de un debate que sigue abierto, pero la rápida extensión y aceptación práctica de los sondeos, hará que prevalezca finalmente el concepto más operativo de opinión como expresión verbal de una actitud, fundamentalmente a la hora de llevar a cabo estudios a través de encuestas.
2. LOS LÍMITES DE LAS ENCUESTAS COMO MÉTODO DE INVESTIGACIÓN DE LA OPINIÓN PÚBLICA
La encuesta ha sido (y es) la herramienta de investigación dominante a la hora de tratar de conocer lo que llamamos opinión pública, de forma que hablar de estudios de opinión ha sido casi equivalente a hablar de encuestas de opinión. Sin embargo, dada la complejidad del fenómeno que se pretende medir, dicha herramienta plantea no pocos problemas metodológicos.
Como sabemos, las encuestas son instrumentos que sirven a un propósito de conocimiento, tratando de averiguar información (opiniones) a través de mediciones cuantitativas de un grupo de sujetos (muestra) que pretende representar a un universo
mayor (la totalidad de la población) dentro de unos márgenes de error controlados (probabilidad). A pesar de su uso habitual como técnica de investigación de la opinión pública, hay que tener siempre en cuenta que la información que nos aportan no es exacta, sino aproximada o probable. Y es que, como ya señalaba L. Thurstone en los años veinte (época en que comienzan a realizarse tests y escalas para “medir” actitudes, sobre todo en Estados Unidos), medir una actitud no es lo mismo que hacer una predicción; se asume que lo que interesa saber es lo que la gente dice que cree, incluso si su conducta es inconsistente con la opinión expresada.
Estas dificultades son especialmente evidentes en las encuestas electorales, sobre todo cuando los pronósticos emitidos por éstas terminan por diferir en mayor o menor medida de los resultados definitivos de las votaciones. Así, cuando se “protesta contra los sondeos”, muchas veces se le están atribuyendo funciones que claramente no pueden cumplir: no se deben tomar las opiniones expresadas como una base para deducir el comportamiento de la gente.
Lo cierto es que las encuestas de opinión se ven afectadas por distintas fuentes de error que no sólo se reducen a ese “margen de error controlado” al que antes se había hecho referencia. En primer lugar, la forma en que son formuladas las preguntas y registradas las respuestas, constituye un tema muy sensible en la investigación sobre opinión pública: la mayor fuente de error se da probablemente en aquéllas preguntas en las que es difícil para el encuestado decir lo que “siente” o piensa sobre determinado tema, ya que el lenguaje utilizado no se ajusta al “mundo del entrevistado”. Como consecuencia, puede que el individuo señale una posición que realmente no corresponda con su verdadera actitud; de ahí que algunos investigadores sugieran el uso de preguntas abiertas para que el sujeto pueda reflejar la respuesta en sus propias palabras (a pesar de que aumente la dificultad en el tratamiento y el análisis de la información obtenida).
Relacionado con esto, una encuesta que incluya respuestas de mucha gente sin suficiente conocimiento u opinión sobre temas que no son familiares a los entrevistados, o sobre los que no están interesados, perderá precisión porque estas personas tenderán a responder a esas preguntas de forma aleatoria. Por otro lado, las preguntas previas de una encuesta pueden influir en la respuesta a otra pregunta posterior por la simple búsqueda de coherencia en las respuestas, cuando no se trate de estrategias lingüísticas o de ordenación del cuestionario privilegiando la colocación de las respuestas que se desea obtener, dando una formulación más detallada o atractiva a unas preguntas en detrimento de otras, u omitiendo algunas categorías de respuesta.
Todavía es más difícil controlar la veracidad de las respuestas de los entrevistados: la disposición a decir la verdad en una encuesta puede no ser la misma en función de los temas que se aborden; la “pulsión de conformidad” puede hacer que, por el deseo de responder conforme al consenso social sobre lo “deseable” y lo “digno”, obviando lo reprobable por temor al aislamiento social, se condicione la veracidad de las respuestas. Como señala J. I. Wert3, la idea de “verdad”, incluso en su sentido más operativo, comporta una importante carga de subjetivismo, aunque tampoco se deba asumir que los entrevistados “mientan de forma generalizada” (se presupone que dicen la verdad).
Otra importante fuente de error se encuentra en el análisis y la interpretación de los resultados; es en este momento cuando “los números se transforman en sentido”, “se les hace hablar”, por lo que las cuestiones teóricas pasan a primer plano. Se parte del hecho de que estamos intentando medir cualidades no mensurables y cuantificar fenómenos que difícilmente se pueden graduar, por lo que se ha de aceptar que las herramientas estadísticas y las posibilidades que ofrece el ordenador para tratamientos de gran complejidad y sofisticación complementan, pero no sustituyen la necesidad de análisis interpretativos que vayan más allá de la lógica formal de las matemáticas, siendo necesario adentrarse en la comprensión profunda de la lógica social que subyace a las cifras.
El reconocimiento de todas estas limitaciones de la encuesta estadística hace que muchos autores defiendan la metodología cualitativa como forma más adecuada de acercarse al estudio de las opiniones, en concreto, la aplicación del grupo de discusión, capaz de aportar una “sensibilidad diferente” a la investigación sociológica cuantitativa, bajo el supuesto de que la “cualidad” precede a la “cantidad”.
Hasta ahora se ha tratado de reflejar diversos “obstáculos” que la técnica de la encuesta presenta a la hora de ejercer lo que se asume es su función: “medir” la opinión pública. Sin embargo, esta técnica puede asumir otro papel cuando actúa en combinación con los medios de comunicación de masas: presumiblemente, el solo hecho de la publicación de encuestas de opinión en dichos medios sea capaz de afectar y/o construir la propia opinión pública.
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